MARINAS

Mi nueva dimensión del paisaje

Yo, hasta hace apenas veinte años, fui un pintor de tierra adentro, de allá por donde las tierras meridionales de Valencia miran a lo lejos las bellas cumbres de la Sierra de Mariola. Tierras de secano, de campos arados en otoño y chopos encendidos en las vaguadas de los barrancos y los valles abiertos donde los viñedos se enseñorean del paisaje, un escenario muy parecido a la Toscana italiana, de lomas quebradas, con golpes de verdes brillantes, azulados y profundos: los de los olivos y los garroferos, mientras que algún que otro hierático ciprés se suma de cuando en cuando a esta  maravillosa representación cósmica. 

 

Allá por 1993 adquirí una casa en Denia y mis colores se trocaron etéreos y azulados, buscando el mar, el agua y el cielo mediterráneo que dan sentido a una de mis grandes pasiones: pasear por la orilla del mar, hundiendo mi vista allá donde el horizonte funde y confunde agua con firmamento, arrullado por el ritmo acompasado de las olas, mientras entran y salen las barcas y barcos de su precioso puerto, bajo la atenta vigilia e imaginaria del castillo de la ciudad, que corona la pétrea mole de su silueta con las murallas, torres vigías y los pinos que ascienden desde su base hasta su cresta.